Fue en agosto del 2018 que llegué a aquel depa que CERO ganas tenía de rentar, pero no tenía de otra, NECESITABA rentar un depa y pronto.
Encontré un depa que para bien o para mal me funcionaba: estaba cerca del trabajo (cosa que al mes eso sirvió de nada porque renuncié), tenía estacionamiento y me aceptaba con mis tres perros.
Lo odié, un depa bastante descuidado, una mancha en el piso que me quitaba el sueño (gracias a mi obsesión con la limpieza en la primer semana logré quitarla), la pintura no sé si era un color crema horrible o fue alguna vez blanca y estaba viejísima. En fin, hice los cambios que pude en los primeros días y me resigne.
A las primeras dos semanas ya me había peleado con dos vecinos porque odiaban a mis perros. Quería irme de ahí, así que pensé «Un año y me voy». Y con ese pensamiento viví más de la primer mitad del año, no quería colgar cuadros porque me iba a ir pronto, no quería tener plantas porque me quería ir pronto. No le veía el sentido a hacer ese espacio mío cuando ni quería estar ahí y, encima, unos meses más y estaría desocupando ese depa.
Por cosas de la vida, problemas de dinero y otras razones, me fue imposible salirme al cumplir un año, así que le dije a mi casera que me quedaría unos meses más, en mi cabeza sólo serían tres más. Terminó siendo un año tres meses más.
Cuando llegué a ese depa lo hice obligada, la situación que vivía me exigía encontrar un lugar YA, así que fue la mejor opción. Siento que llegué tan dolida y enojada, que me molestaba ese espacio, como si ese departamento me hubiera hecho algo. Entonces me negué a quererlo, a hacerlo mío, a apapacharlo y hasta me negué a mí el sentirme bien estando ahí.
Poco a poco las cosas fueron cambiando, poco a poco sin darme cuenta comencé a construir un hogar.
Cambié de sillas, metí unas plantas, colgué unos cuadros… se veía menos vacío, menos desalmado.
Meses antes de tener que mudarme, porque al final ya no fue tanto mi decisión, fue más por necesidad de mi casera de vender su depa; tuve que ponerme a buscar. Y pues bueno, llegué al que estoy actualmente.
Pero lo que les quiero contar después de todo este choro, es de cómo el departamento se volvió un reflejo de mí, de mi estado emocional, de mi amor propio.
La pared en blanco, vacía, sin intención de que se viera mejor, sin vida, con ganas de salir corriendo… creía estar hablando del depa, cuando en realidad estaba hablando de mí. Así mismo estaba y me sentía yo.
Con el paso de los meses, paciencia, amor propio y de terceros, me fui sintiendo mejor, más yo, con más ganas. Y al mismo tiempo que yo mejoraba, el depa también lo hacía.
Me gustaba mucho más pasar las tardes ahí, me sentía cómoda… finalmente lo adopté como mi lugar seguro.
Y entonces lo vi lleno de vida, lleno de plantas, lo sentí acogedor, lo sentí feliz, lo sentí mío y me sentí yo estando ahí. ¡Qué gran reflejo!
Les juro que un día estando sentada en mi escritorio volteé a ver todo y dije «Wow! 100% puedo ver mi crecimiento».
Y fue en ese momento que puede entender cómo nuestro espacio dice tanto de nosotros, mucho que ni nosotros sabemos o notamos. Y que no importa si vas a pasar un mes, un año o más, es MEGA importante sentirte en tu lugar, hacer lo posible por hacerlo especial, por hacerlo un hogar.
Porque vivir en un depa al que no lo quieres meter amor, indirectamente te habla de lo abandonada que te tienes tú. Y eso, amigas, no me vuelve a pasar…
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